L'ora della resistenza in America Latina
En la primera fase de implantación del neoliberalismo, la correlación era muy desfavorable a las fuerzas populares. La estabilización financiera, lograda sin más trámite que el de la aplicación drástica de planes de ajuste fiscal -que en Brasil se llamó Plano Real-, proporcionó legitimidad a gobiernos neoliberales como los de Carlos Menem, Fernando Enrique Cardoso, Fujimori y Salinas de Gortari, entre otros, quedando en relativo aislamiento los movimientos sociales y la oposición política.
Las protestas conseguían reunir a sectores relativamente limitados -trabajadores del sector público, movimientos campesinos e indígenas, movimiento estudiantil-, por lo demás aislados por el efecto propagandístico de los planes de ajuste. Aconteció eso, particularmente, en la primera mitad de la década de los 90. En la segunda mitad, las crisis empezaron a revelar más claramente los resultados negativos de esos planes (la crisis mexicana ocurrió en 1994; la brasileña, en 1999), y el descontento consiguiente dio mayor envergadura a las manifestaciones de protesta.
La crisis argentina de 2001 y las derrotas electorales de los principales impulsores de los planes de ajuste -Menem, el PRI, Fujimori, Cardoso- se resolvieron en un giro del consenso hasta entonces existente, un giro que halló en los Foros Sociales Mundiales la expresión más clara de la necesidad de otro proyecto de sociedad. Comenzó a imponerse el punto de vista de los movimientos sociales, según el cual la gran mayoría no recibe los beneficios de la globalización liberal, precisándose de la substitución de las metas económico-financieras por los objetivos sociales.
Empezaron entonces a resultar elegidos gobiernos catapultados por su oposición a los planes de ajuste: en Lula en 2002, Kirchner en 2003, Lucio Gutiérrez en 2003, Tabaré Vázquez en 2004. Parecía que las luchas de resistencia de los movimientos sociales permitirían superar el modelo neoliberal.
Pasados unos pocos años, se vio que ninguno de esos gobiernos rompió con el modelo, manteniendo la primacía de las metas económico-financieras. Uno de ellos -Lucio Gutiérrez- fue incluso derribado por los mismos movimientos sociales que lo habían llevado al triunfo electoral.
¿Qué particularidades tiene el año 2005 que ahora acaba en relación con esta larga marcha de los movimientos sociales, de las fuerzas políticas y del movimiento popular en la lucha contra el neoliberalismo?
La hora de las alternativas
Tras haber protagonizado la resistencia a los gobiernos neoliberales, los movimientos sociales tuvieron que enfrentarse a desafíos genuinamente políticos, esto es, a la posibilidades efectivas de poner por obra verdaderas alternativas y formar parte de frentes políticos antineoliberales. Esos desafíos vienen ya de tiempo atrás. Primero fue la elección de Lula a la presidencia en Brasil. Luego la elección de Lucio Gutiérrez en Ecuador y la de Néstor Kirchner en Argentina y Tabaré Vázquez en Uruguay.
La lucha de los movimientos sociales es una lucha por la defensa de los derechos del grueso de la población, que se ve atacada por las políticas neoliberales. No debería exigirse a esos movimientos que actuaran como substitutos de las fuerzas políticas. Pero ocurre que, en la práctica, los movimientos sociales encarnan alternativas, luchan por ellas, y no pueden abroquelarse en las meras luchas sociales, de modo que, directa o indirectamente, acaban asumiendo responsabilidades en la lucha política. En el caso de países como Brasil, Ecuador, Uruguay y, en cierta medida, la Argentina, los movimientos sociales tuvieron que vérselas con gobiernos que, apoyados por ellos mismos, o por una parte de ellos, asumían posiciones antineoliberales. Pero el balance de esos gobiernos resulta decepcionante. En el caso del Ecuador, ya desde el comienzo, el gobierno de Lucio Gutiérrez se produjo una ruptura con una parte de los movimientos campesinos e indígenas (con consecuencias, dicho sea de paso,
negativas también para esos movimientos, que se dividieron, quedando una parte de ellos en el área del gobierno).
En los demás casos, los movimientos sociales mantienen posiciones críticas con los gobiernos electos de izquierda. En la Argentina, el movimiento de los piqueteros también se dividió, quedando una parte en posición de sostén del gobierno de Kirchner, y colocándose la otra en abierta oposición. En Brasil y Uruguay, los movimientos sociales guardan sus distancias y desarrollan críticas -más o menos profundas, según el movimiento de que se trate-, sin llegar por el momento a romper con el gobierno. Mantienen la convicción de que los avances posibles se darán a su debido tiempo en el marco ofrecido por esos gobiernos, y que las alternativas pasarían todas, dada la actual correlación de fuerzas, por el regreso de la derecha tradicional.
La experiencia -positiva y negativa- de los gobiernos de la región ha enseñado cuán decisivos resultan los proyectos políticos y que los movimientos sociales han de tomar posiciones respecto de ellos. Del destino de ellos depende el de los movimientos sociales, y la situación general de los pueblos de los distintos países.
En el caso del Brasil, por ejemplo, el mantenimiento de las políticas heredades del gobierno de Cardoso resultó determinante para la suerte del gobierno de Lula y para la situación del pueblo brasileño. Y no sólo en lo que hace a la continuidad de los procesos de concentración de la renta, de la transferencia de renta hacia el capital especulativo, del desempleo, la precarización del trabajo y la expropiación de derechos. También por la decepción causada en el movimiento popular, por la derrota que significa para la izquierda, por la falta de la antes tan cacareada primacía de lo social.
Lo mismo vale, y con mayor razón, para los movimientos sociales y el pueblo ecuatorianos. El apoyo dado a la candidatura de Lucio Gutiérrez y la participación directa en su gobierno no sólo no logró mejorar las condiciones de vida de la población, sino que trajeron consigo la división de los movimientos sociales y el empeoramiento de sus condiciones de lucha.
A dilemas parecidos se enfrentaron los movimientos sociales uruguayos, frente a las orientaciones políticas que ha ido tomando el gobierno de Tabaré Vázquez. En mejores condiciones se hallan los movimientos sociales venezolanos, dada la evolución ideológica y política del gobierno de Hugo Chávez, quien, efectivamente, promueve la primacía de lo social, sirviéndose de substanciales recursos procedentes del petróleo para implantar programas sociales, entre los cuales es de destacar el anunciado final, para este año, del analfabetismo en Venezuela.
Los desafíos actuales
Luego de haber protagonizado los principales combates de resistencia al neoliberalismo, los movimientos sociales se enfrentaron a diversas dificultades, derivadas, unas, de los efectos desmovilizadores de esas políticas -incluido el desempleo que causan-, y otras, del desconcierto imperante en la izquierda a la hora de superar los programas neoliberales. En países como Brasil, Uruguay y Argentina existe la consciencia de que, a pesar de la timidez de las políticas gubernamentales, las transformaciones propuestas por los movimientos sociales o se lograrán en el marco de esos gobiernos, o quedarán desbaratadas por mucho tiempo con la vuelta de una derecha tradicional.
De aquí esa especie de apoyo crítico a sus gobiernos que caracteriza en distintos grados a movimientos como el MST [Movimiento de los Sin Tierra] o la CUT [Central Única de Trabajadores] brasileños, que se han negado a seguir el camino los sectores políticos que optaron por la ruptura con el gobierno de Lula, aislándose socialmente.
Otros movimientos, como el de los zapatistas, dieron un giro drástico a sus políticas, revelando hasta qué punto sus anteriores orientaciones chocaban con las condiciones efectivas de realización. Ante una ofensiva militar de las Fuerzas Armadas, que alegaban pretextos de plantaciones de coca en Chiapas, el EZLN [Ejército Zapatista de Liberación Nacional] decidió no prestar resistencia militar, y desmovilizó sus Juntas de Buen Gobierno.
El año 2005 no ha sido diferente. Los movimientos sociales han tenido que enfrentarse con gobiernos, cuyas políticas reproducen los modelos existentes, por mucho que antes hubieran predicado su superación. Resisten, critican, buscan movilizaciones, no recatan su insatisfacción con los partidos de izquierda, pero chocan con la falta de alternativas. Tal es su limitación. O consiguen participar en un proceso de común -de fuerzas sociales, políticas e intelectuales- que formule un proyecto alternativo al neoliberalismo. Empeñándose con éxito en la movilización popular, a fin de levantar una fuerza capaz de romper con el neoliberalismo e inaugurar una era postneoliberal. O lo que vendrá es un proceso de resistencia fragmentada, convirtiéndose en las víctimas de un modelo que no consiguen revertir.
El año 2006 será un año electoral en muchos países de la región. Un calendario que se inició ya a finales de 2005, con las elecciones en Bolivia y en Chile, y que ha de extenderse a las de Costa Rica en febrero. De Colombia en mayo, de México en junio, de Brasil en octubre y de Venezuela en diciembre. El marco político actual podría resultar alterado, sobre todo en Brasil, la mayor incógnita de todos esos comicios. Las mejores novedades vienen de Bolivia. Poco o casi nada puede esperarse de Colombia, lo mismo que de Costa Rica. DE México, la victoria de una izquierda que, a pesar de moderada, podría contribuir a consolidar un marco latinoamericano más favorable al abandono del modelo neoliberal.
Los movimientos sociales tienen que participar en esos procesos. Tienen que participar políticamente, constituyendo una fuerza, articulando alianzas, promoviendo debates y formulando alternativas, si no quieren seguir permaneciendo por mucho tiempo a la defensiva. La disputa decisiva se da en el campo de la política, pero lo fundamental es la hegemonía ideológica neoliberal, que llega a penetrar en la izquierda. La izquierda ha sido derrotada, principalmente, en el terreno del debate de ideas. No es que las ideas de la derecha sean mejores, sino que supieron valerse de los yerros de la izquierda: desde las del llamado campo socialista, pasando por las socialdemocracia, por la guerrillas, por las múltiples versiones de la ultraizquierda, hasta llegar a la izquierda -y a la ultraizquierda- actualmente existentes.
La capacidad para seguir movilizando al pueblo en sus luchas depende actualmente, sobre todo, de la capacidad de apuntar a alternativas -teóricas y prácticas- superadoras del neoliberalismo. Tal es el mayor desafío de los movimientos sociales en la actualidad. Si no pueden reemplazar la acción de los partidos, tienen que actuar estrechamente ligados a ellos. a fin de construir el postneoliberalismo.
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