Perù: il pericolo Humala
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“Soy un nacionalista. Nosotros nos reafirmamos en la democracia del pueblo (…) no vamos a hacer un gobierno autoritario sino uno que ponga autoridad”. Quien habla es Ollanta Humala Tasso, 42 años, coronel de artillería retirado y máximo candidato a hacerse con la presidencia de Perú el próximo 9 de abril. O el 7 de mayo en caso de que necesite una segunda vuelta. Su ascenso ha sido fulgurante. Las encuestas le dan en torno al 33% en intención de voto, frente al 27 de su principal rival, la conservadora Lourdes Flores Nano y al 22 del ex presidente Alán García.
Según el sondeo publicado el domingo por el diario El Comercio y realizado por la prestigiosa consultora peruana ‘Apoyo’, Humala perdería una segunda vuelta con Flores. Sin embargo, no se puede calcular la cantidad de voto oculto que, como ocurrió con Evo Morales en Bolivia, pueda atesorar el candidato de Unión por el Perú (UPP). Además, existe aún un 40% de indecisos que pueden inclinar la balanza a favor del outsider, del recién llegado, del candidato que lanza pestes contra esos “arrastrados que nos gobiernan”.
Pero, ¿quién es ese Humala, “guerrero que todo lo ve” en lengua quechua, sobre el que tanto se ha escrito? ¿Líder indígena o indigenista? ¿El luchador por la justicia? ¿Socialista, izquierdista, progresista? ¿Militar indignado que no puede evitar levantarse en armas contra el gobierno despótico de Alberto Fujimori (1990- 2000)? Esos son algunos de los mitos que conviene destruir.
Montesinos Connection
El primer mito es el de la sublevación antifujimorista. Fue el 29 de octubre del año 2000, cuando, junto a su hermano Antauro y 69 reclutas, protagonizó un levantamiento en la localidad de Toquemala, cerca de la frontera con Chile, exigiendo a Fujimori su dimisión. El mismo día que quien había servido fielmente, incluso con demasiado celo, a las órdenes de Fujimori se levantó en armas contra el dictador, atrayendo la atención de medio país, prensa y fuerzas del orden incluidas, Vladimiro Montesinos, hombre para todo del régimen fujimorista, director del temible Servicio de Inteligencia Nacional, poder fáctico en la sombra y criminal reconocido huía del país por el puerto de El Callao, a 1.300 kilómetros de Toquemala.
¿Casualidad? No lo parece si juzgamos la presencia de militares y empresarios próximos a Montesinos en el organigrama de Humala. César Saucedo fue, durante el fujimorismo, un militar privilegiado. Ministro de Interior y de Defensa amasó una gran fortuna en cobros, comisiones y corruptelas. En la actualidad, está en la cárcel de Sarita Colonia del Callao. Quien no terminó entre rejas fue el edecán y secretario personal de Saucedo, Adrián Villafuerte, el hombre que maneja las finanzas de Humala para la campaña. Las negaciones rotundas de este hecho amainaron cuando el diario El Comercio comprobó, fotografías incluidas, que Villafuerte acude todos los días con un maletín al bunker electoral de Humala.
No es un caso único. La revista Caretas, el semanario más prestigioso del país, ha desvelado contactos entre los Humala y varios socios del ex jefe de Inteligencia. Es el caso de Fernando Zevallos, dueño de la aerolínea Aerocontinente, financiador de las actividades políticas de la familia Humala y condenado a 20 años de cárcel por narcotráfico.
Derechos humanos
Además, existen serias sospechas sobre la actividad de Humala en el ejército. Especialmente cuando, en 1992, estuvo al mando de un batallón en la Base Contrasubversiva Madre María, en la región selvática de Madre Mía, en el departamento de Huanaco. Justo allí, en la misma época, un oficial que usaba el seudónimo de Carlos secuestró, torturó y mató a un número nunca precisado de civiles. Humala y su entorno niegan que el candidato sea Carlos. Pero las fechas, lugares y modos coinciden. Sofía Mache, miembro de la Comisión de la Verdad que dirige el filósofo Salomón Lerner (y que se ha convertido en un ejemplo de rigor y seriedad en toda la región) asegura que van a presentar pruebas ante la fiscalía de la nación para que lo investiguen.
Poco respeto muestra Humala en otros aspectos relacionados con las libertades fundamentales. Se declara ferviente admirador del general Juan Velasco Alvarado, dictador entre 1968 y 1975 y del actual presidente venezolano Hugo Chávez. Golpistas, militaristas, ejemplos de nacionalizaciones forzadas e incautación y control de medios de comunicación. Éste es uno de los aspectos más preocupantes del programa de Humala. En la página 49 de su proyecto electoral, Humala elogia la política de confiscación de bienes y control de los medios de comunicación ejercidos por el general Velasco.
Autoritarismo y patria
La familia Humala es aún más radical. Su padre, Isaac, es el fundador del etnocacerismo, una doctrina ultranacionalista y racista. En un partido de ideología similar milita su hermano Ulises. Antauro, el sublevado, está en la cárcel por tomar por la fuerza una comisaría en el año 2000. Es cierto que Humala se ha desmarcado, pero no lo es menos que hasta hace bien poco compartía las ideas familiares. Es más, hay analistas como Cotler Dolberg que señalan que, en el fondo, esta estrategia forma parte de la campaña de Humala y le permite aparecer como más moderado.
Los rasgos autoritarios del personaje proliferan. En un excelente reportaje publicado en las páginas de El País por Fernando Guildoni, el periodista describe cómo los mítines se encuentran invadidos por una suerte de parafernalia castrense. A su alrededor ha construido una especie de fuerza del orden privada, formada por ex militares de la guerra contra Sendero Luminoso, vestidos con camisa negra con inscripciones en amarillo y pantalones de combate. Además, ya ha reiterado en numerosas ocasiones su deseo de crear una fuerza paralela de reservistas, al estilo de la venezolana, en caso de que llegue al poder.
De dónde bebe Humala
Ahora bien, el fenómeno Humala tiene que surgir de alguna parte. Las razones de su auge se basan, y en eso coinciden analistas de todo el espectro político, en el fracaso del sistema peruano a la hora de hacer llegar a una mayoría los beneficios que se están consiguiendo en el plano macroeconómico. No es casual que el 74% del sector más favorecido tenga intención de votar por Lourdes Flores. Son quienes se han beneficiado de una bonanza económica sin precedentes recientes. Con el Producto Interior Bruto del país creciendo por encima del 5% durante los últimos años (el 6,7 para 2005), el gobierno de Alejandro Toledo ha conseguido reducir la pobreza en cuatro puntos, del 55 al 51% de la población.
Sin embargo, todo esto es insuficiente, la pobreza sigue siendo uno de los males estructurales del país, existen millones de personas para las que “la idea de que Perú está progresando les parece una burla”, en palabras de Mario Vargas Llosa, y la población pierde la fe en las soluciones democráticas. El 65% de los ciudadanos creen que los políticos son corruptos, el 91% desaprueba la labor del congreso y el 79 la del poder judicial.
Humala bebe de este descontento. Y el ciudadano termina votando a un candidato antisistema, que promete justicia, que repite en cada mitin que “el pueblo ha cambiado y no se va a dejar pisar por los poderosos”, que promete “orgullo”, nacionalizaciones, mano dura, algo por definir en materia económica pero en todo caso antiliberalismo a ultranza y patria, mucha patria. La falta de justicia social y la carencia absoluta de prestigio por parte de la gran mayoría de la clase política explican parte del descontento. Pero el de Humala no es un voto de castigo, tienen unas raíces más profundas e inexplicables.
Hace pocos días, en el acto de recepción de la primera medalla de la Defensoría del Pueblo, que cayó en manos de Vargas Llosa, el escritor peruano se preguntaba “¿Cómo es posible que después de haber salido recientemente de 10 años de vergüenza, porque los años de Fujimori y Montesinos lo fueron, haya por lo menos un tercio de la población que quiere volver a la dictadura, al autoritarismo, a la prensa sojuzgada, al poder judicial manipulado, a la impunidad y al atropello sistemático de los derechos humanos?”.
Humala no sabría responder a tal pregunta. Sin embargo, por si acaso, perfila en cada aparición pública, su máxima de gobierno: “la subordinación de los intereses individuales y grupales a los intereses de la patria”. Decía el clásico que la patria es el último refugio de los canallas. O el primero.
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