Latina

La barbaria in Honduras

il massacro di 30 persone che viaggiavano su un bus, la notte del 23 dicembre e gli omicidi il girno dopo di dieci persone in diversi quartieri dellacapoitale riporta alla ribalta il grave problema della violenza nel paese
25 dicembre 2004
Luis Peraza Parga
Fonte: La Insignia. México

La barbarie en Honduras

Dos hechos execrables acaecidos en el año que se nos va han puesto en el mapa mundial a una población hondureña, San Pedro Sula. En primer lugar, el incendio en su penal en mayo del 2004, con cien muertos calcinados, pertenecientes a esas bandas de asesinos llamados maras, procedentes en un principio de los guerrilleros desmovilizados después de la guerra civil del Salvador. Fue la crónica de una muerte anunciada debido a la maraña de cables que utilizaban para refrescarse en esta calurosísima zona del país centroamericano.
En segundo lugar, la masacre de treinta personas que viajaban en un autobús hacia sus hogares la noche del 23 de diciembre del 2004. Las ametrallaron con los tristemente famosos "cuernos de chivo" y dejaron un mensaje escrito amenazador contra el presidente y contra otros políticos. Al día siguiente, en la especial fecha del veinticuatro de diciembre, diez personas más fueron asesinadas en diferentes partes de la ciudad sin ningún motivo aparente, al azar, exactamente como funcionan los terroristas.

En esa definición difícil de consensuar, terrorista es el que aplica violencia discriminada sobre la población con objeto de desestabilizar el gobierno o a las instituciones. Las dos características se cumplen en estas masacres sobre una población indefensa y humilde. En Honduras no existe un conflicto interno tipo Colombia, no existen grupos guerrilleros, no existe racionalidad dentro de la irracionalidad de las masacres.

Una cosa está clara. En momentos de zozobra y angustia con la población refugiada en sus casas, a merced del pandillerismo terrorista, el gobierno democrático debe respetar escrupulosamente el Estado de derecho y la protección de los derechos humanos y no dejarse convencer por los que abogan por la instauración de la pena de muerte, acción que sería contraria a la Convención Americana de Derechos Humanos.

Lo único posible sería decretar el constitucional estado de emergencia para que la policía e incluso el ejército -si ésta se desborda- pudiera desarrollar su labor de manera más eficaz. Pero sin conculcar ni limitar las garantías fundamentales más esenciales de los hondureños.

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