Latina

rivelazioni di un'analista del DISIP

Venezuela; la CIA si è interessata a Chavez sin dalla sua uscita dal carcere nel 1994

Una specialista della Direzione dei Servizi di Intellegence e Protezione (DISIP), mentre era impegnata negl ianni '90 ad analizzare il "caso Cuba" le fu chiesto di analizzare i discorsi e le azioni del tenente colonnello fino a che fu assegnat nel 1996 esclusivamente a valutare Chavez in profondità
7 febbraio 2005
Rosa Miriam Elizalde e Luis Báez
Fonte: El Encuentro


En el curso de las entrevistas para El Encuentro (Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 2005), el azar nos llevó hasta el testimonio excepcional de una especialista de la Dirección de Servicios de Inteligencia y Protección (DISIP). En la década de los 90, ella atendía el «caso Cuba» y durante la visita del Comandante Hugo Chávez a la Isla, le encargaron analizar los discursos y las acciones del teniente coronel, a quien siguió a cierta distancia desde entonces y hasta 1996. En ese año, le dieron la orden de dedicarse exclusivamente a evaluar a Chávez en profundidad. Cumplió con riguroso celo la tarea.

Aunque tiene 27 años de experiencia profesional, es una mujer todavía joven que respondió a las preguntas con agilidad y precisión. Antes de terminar la entrevista, nos entregó una serie de documentos muy útiles para nuestra investigación y que constituyen una prueba irrefutable del vínculo de los servicios secretos norteamericanos con la Dirección de Inteligencia venezolana, interesados desde el principio en neutralizar la relación del Comandante bolivariano con su pueblo. Entre las evidencias documentales se encuentran varios certificados de los cursos que recibiera, impartidos por oficiales CIA y organizados por la embajada de EE.UU. en Caracas.

Por razones de seguridad, no revelaremos el nombre de nuestra entrevistada.

¿Qué estudió usted?

Relaciones Internacionales y después, Derecho.

¿Tiene alguna jerarquía militar?

No, soy civil, analista de seguridad externa.

¿Cuál era su área de análisis en 1992?

Yo llevaba el caso Cuba. Trabajaba en la DISIP. A partir del 4 de febrero el equipo del área internacional, al que yo pertenecía, comenzó una nueva etapa. El golpe de Estado se vivió con mucha presión y hubo una reorganización del trabajo. Por cierto, ese día cumplía años y recuerdo que echábamos bromas y decíamos: «hubo alguien que se acordó de inmortalizar mi día de cumpleaños». Cuando se produce la rebelión, no sabíamos qué ocurría y hasta me pregunté si debía ir a mi oficina. Estaba pasando un curso de la embajada norteamericana...

¿Cuál era el tema del curso?

De Reportes y Análisis de Inteligencia. Tengo el certificado que lo acredita. Pasé varios cursos con los norteamericanos y también, por indicación de mis superiores impartí talleres para oficiales de Inteligencia de EE.UU. sobre los resultados de mi trabajo. El tema que yo llevaba era especialmente importante para ellos.

Permítanos precisar lo que nos está diciendo: ¿los servicios de inteligencia de EE.UU. los entrenaban a ustedes para todo ese trabajo?

Sí. Como le dije, tengo mis certificados y hasta una carta de un oficial CIA, que hace una valoración de mi trabajo en uno de esos cursos. No era ningún secreto en la DISIP que los servicios norteamericanos entrenaban a los especialistas y oficiales en este tipo de técnicas, y que elaboraban perfiles sobre nosotros. Nos evaluaban permanentemente como funcionarios y a la vez recibían de nosotros información sensible, relacionada con nuestro trabajo.

Aquí, por ejemplo, está un certificado que acredita que, entre el 27 de enero y el 4 de febrero de 1992, participé en un adiestramiento organizado por la Embajada de EE.UU. Al año siguiente, volví a pasar otro. Era lo más normal del mundo y algo obligado para mí, porque llevaba el caso Cuba. Incluso, venía gente de EE.UU. especialmente interesada en conocer qué teníamos nosotros sobre la Isla. Venían no solo de EE.UU., sino de otros países «amigos». Alemania, por ejemplo.

Eran famosos los contactos de la DISIP con los servicios israelíes. ¿Se reunió también con ellos?

Sí, es cierto. Pero yo nunca me reuní con ellos.

¿Recuerda los nombres de los norteamericanos que les daban las instrucciones?

Están registrados en los diplomas, pero ellos no utilizaban sus verdaderos nombres.

¿Dónde se realizaban estos entrenamientos?

En hoteles de Caracas. Nunca lo hacían en la embajada propiamente, pero los certificados sí salían de allí, tal y como aparece en el membrete.

¿Cuáles eran sus objetivos de trabajo?

Analizar el proceso cubano con la caída del Muro de Berlín. Debía evaluar y hacer pronósticos. Se daba por hecho que, después de lo ocurrido en Europa, Cuba no iba a sobrevivir al fracaso del socialismo europeo, ni al cerco económico de Estados Unidos. Todos los estudios conducían a la conclusión de que el gobierno de Castro iba a caer. Se esperaba eso: la implosión del gobierno.

¿Qué tipo de análisis especial sobre Cuba y sobre Fidel hizo usted?

En el caso específico mío, llevaba todo lo que era la parte política. Varias veces nos reunimos con los disidentes que llegaban a Venezuela y pedían asilo. Los escuchábamos. Participaba en sus reuniones y en las entrevistas con ellos. Obviamente, decían que venían de un mundo atroz, que todo allá era malo. Trataba de distanciarme de esas posiciones y contrastarlas, a partir de una reflexión obvia: si yo quisiera irme de mi país y sacar provecho de eso, diría lo mismo.

Como en esos años yo estudiaba Derecho, trataba de buscar en la universidad información sobre la realidad cubana, un tema que se debatía mucho en ese sector. Por supuesto, me di cuenta de que el proceso cubano era mucho más complejo de lo que uno podía encontrar en los informes norteamericanos y en las opiniones de los emigrados. Que hubiera caído el Muro de Berlín, no significaba que cayera Cuba.

Traté de evadir los prejuicios y acercarme al tema con un enfoque más académico y no como lo haría estrictamente un policía, un oficial de inteligencia. Quería llegar a las raíces, medir exactamente qué era lo que pasaba, para tener criterios sólidos a la hora de expresar opiniones. En ese momento todo lo que llegaba a mis manos me lo bebía, a pesar de que la información era muy sesgada. Asistía, por supuesto, a las reuniones de los anticastristas en Venezuela y en una de ellas conocí a Mas Canosa. Recuerdo particularmente a una señora que figuraba siempre como la organizadora de esos eventos.

¿Cómo se llama?

Silvia, pero no recuerdo el apellido. Era una señora ya mayor, alta y muy elegante. Vivía en Caracas. No tenía contacto directo con ella, porque debido a las particularidades de mi trabajo de inteligencia, yo nunca me relacionaba abiertamente con aquellas personas. En un momento determinado, me pidieron evaluar a Chávez.

¿Cuándo y por qué?

Después de la crisis militar de 1992, inmediatamente la atención hacia el proceso cubano comenzó a descender y subió a un primer plano la situación interna. La prioridad era Venezuela. Obviamente tenía que venir un reacomodo interno de la DISIP, pues estaban presos más de ciento y pico de oficiales de cierto rango. Era una conmoción nacional.

Comenzamos a evaluar lo que decía la gente en la calle, lo que se hablaba en la universidad. Cuando él sale de la cárcel en 1994, se le empezó a dar un seguimiento más estrecho: quién lo visitaba, con quién se reunía, cómo era su vida. Comencé un proceso de conocimiento de quién era el hombre. Entonces llevaba los dos temas: Cuba y Chávez.

¿Por qué le asignaron el análisis de Chávez, si usted se dedicaba al seguimiento de un tema internacional?

Comenzó justamente cuando él salió en 1994 a dar su gira internacional, antes de ir a la Isla. Seguí su periplo por Colombia, luego a otros países, y finalmente a Cuba. Digamos que me tocaba. Por una razón o por otra, él siempre estaba en mi mesa de trabajo debido a su proyección internacional.

¿Cuál fue la evaluación que se hizo del viaje a Cuba?

La decisión fue criminalizarlo, porque hasta ese momento no había mucha claridad de cuál era realmente la posición política de Chávez. Él venía contactando con muchas fuerzas. Tenía relación con gente de derecha y de izquierda, aun cuando estaba claro para el gobierno de Caldera que era un enemigo político, una amenaza, porque se negó a pactar con la institucionalidad y no permitió que lo manipulara. Pero el viaje a Cuba disparó todas las alarmas.

¿Qué significa eso?

Era una señal política inequívoca. Recibí instrucciones de evaluar su proyección. Aún tengo el video de su discurso en La Habana y otros materiales que me entregaron para estudiar su pensamiento, sus proposiciones, su manera de comportarse en público. Aquí empecé a profundizar aún más, a buscar más allá de las palabras quién era la persona, de dónde salió, cómo apareció. Intenté desentrañar cuál era su programa, su estrategia. Durante los dos años en que estuvo detenido fue casi imposible evaluar con exactitud su pensamiento, porque apenas tenía expresión pública. La gente iba a verlo, le escribía, lo admiraba, pero encarcelado no parecía ser un peligro inmediato. En cuanto salió a la calle y fue recibido como un héroe por toda Venezuela, y aparecía en los medios explicando su programa político, comenzó a preocupar seriamente al gobierno. A eso se sumó la gira internacional por Colombia, Panamá, Argentina, Uruguay, Chile… Sin embargo, fue a su regreso de Cuba en que se tomó la decisión de estudiarlo cuidadosamente y obtener información para ello no solo por la vía operativa, sino mediante el análisis profesional de su personalidad y de su pensamiento.

Digamos que a partir de ese momento lo que él llamaba bolivarianismo empezó a tener un cuerpo como ideología y descubrieron que Hugo Chávez no estaba diciendo las cosas al azar, no era un profeta más que apareció por allí, un Juan Bautista en el desierto... Hasta ese momento se le había ignorado intelectualmente. Después de aquel encuentro con Fidel Castro, todo cambió.

Usted hablaba de la gira internacional de Chávez, que incluyó también a Colombia, Uruguay, Argentina, Chile... ¿Hubo alguna relación con los servicios de inteligencia de esos países?

Obviamente, porque no te olvides que en esa época, por sus relaciones con Chávez, expulsaron de Venezuela a Norberto Ceresole. Se hizo en colaboración con el gobierno argentino, país de residencia de este teórico uruguayo, que era un hombre bastante controvertido. Yo no tuve acceso a informes clasificados que pudieran ofrecer evidencias sobre la colaboración entre los servicios de inteligencia, pero sin dudas en este y otros casos debió producirse un intercambio de información y una conciliación de las acciones. A mis jefes en la DISIP solo le interesaba lo que yo podía producir y evitaban pasarme información secreta. Yo estaba para dar ideas de cómo y dónde actuar. Nada más.

¿Usted recomendaba acciones?

No. Mi trabajo era diagnosticar a partir de fuentes generalmente públicas. Es decir, qué fue lo que dijo en tal lugar, a quién le puede llegar ese mensaje, cuál puede ser su alcance, qué ideas está dando él allí.

Para analizar la visita a Cuba, ¿qué fuentes consultó?

Las notas de prensa y el video con los pormenores de la visita, incluyendo los discursos que se pronunciaron allá.

¿Cuál fue su diagnóstico?

En La Habana, Chávez ratificó algo que yo venía alertando: él tenía gran facilidad para la comunicación. Aplicaba con extraordinario acierto la psicología de masas. No era un loco, como lo llamaban despectivamente en la prensa y también algunos oficiales de la DISIP. Me preguntaba, por ejemplo, ¿por qué él canta el Himno Nacional? Porque en la psicología de masas este funciona como elemento de cohesión. Cuando él cantaba el Himno o una canción llanera, facilitaba que todas las personas que estaban a su alrededor se unieran a él, lo siguieran, a partir de un resorte afectivo de gran eficacia comunicativa. Se subestimaba ese tipo de elemento. «Pero él habla mucho», decían. «Escúchenlo», les respondía. Lo que ocurre en realidad es que Chávez es capaz de trasmitir un mensaje en diferentes niveles del consciente y subconsciente colectivo. Él comienza primero a entrar en calor, crea cierta familiaridad, y después sabe dónde insertar el mensaje político. Y la gente lo aceptaba, se identificaba plenamente. Él logró incorporar estas técnicas de comunicación en los contactos cuerpo a cuerpo con la gente. Aprovechó muy bien los recorridos por el país. Se armó de todo un cuerpo simbólico que luego incorporó magistralmente en sus discursos. Hasta la aparición de Chávez en el escenario público venezolano, no existía ningún político que hubiera llegado a esos niveles de comunicación con el pueblo.

¿Cómo valoraban sus análisis?

Se subestimaron, tanto como subestimaron a Chávez. Pensaron que con el tiempo su proyecto se iba a desgastar y que serían efectivas las medidas para amedrentarlo y acosarlo. Apostaron más a la fuerza que a la inteligencia. Estoy segura de que hubiera sido más efectivo enfrentarlo en su propio terreno, después de haberlo entendido y descifrado.

Fue un error no haberle dado importancia a su capacidad como líder. No fue de la noche a la mañana que Hugo Chávez se convirtió en un «fenómeno» y creció en el imaginario popular. Sencillamente, lo único que demostró fue que se podía hacer en Venezuela, lo que él estaba anunciando desde que salió de la cárcel. Toda su estrategia estuvo planteada desde el principio y la gente captó enseguida que no era más de lo mismo.

¿Usted recuerda exactamente qué análisis hizo de la visita del Comandante Chávez a Cuba?

Trabajamos dos categorías: situación y apreciación. En ese momento había un gran vacío académico en torno a cuál era el camino, no solo para la región, sino para el mundo. Se nos estaban vendiendo teorías milenaristas: que era el fin de la civilización, que el mundo se acababa. Lo que aprecié en Chávez fue un franco acercamiento a las principales tesis de Fidel Castro, quien proponía un camino frente a esa confusión teórica: «Hay que ver hacia adentro, tenemos que ir a las esencias y a la historia de nuestros países».

¿Y lo informó así?

Sí, dije: ambos se han dado cuenta de las potencialidades que tiene América Latina y de la necesidad de construir un liderazgo. Consideran que todo el mundo busca en otra parte un referente, un modelo, recetas comunes, y la estrategia tiene que ser todo lo contrario: buscar en cada lugar el modelo que más se parezca a su realidad.

Hasta para Chávez fue una sorpresa que lo recibiera Fidel. ¿Usted evaluó las razones que tuvo el Presidente cubano para darle una bienvenida de jefe de Estado?

En aquel momento se evaluó como un pase de factura contra el gobierno de Rafael Caldera. Era lo que decía la prensa y lo que consideró el propio Presidente venezolano y sus asesores, pero yo nunca creí en una explicación tan simple. Teniendo en cuenta las similitudes entre las posiciones políticas de Castro y Chávez, la reiterada preocupación del Presidente cubano por el liderazgo en la región y la extraordinaria comunicación piel a piel que ambos lograban con el pueblo, no era difícil apreciar que Fidel Castro percibió en Chávez un potencial político que dentro de Venezuela no se estaba viendo.

Siendo usted una analista de la DISIP, ¿no se consideró este análisis un tanto benévolo hacia Chávez y Fidel?

Mira, se subestimó este análisis, y cuando lo tuvieron en cuenta, era demasiado tarde. Yo no estaba deslumbrada. No tenía una posición subjetiva, sino que mis apreciaciones estaban fundamentadas en la observación y el registro de la actuación de ambos. Fidel Castro vio en Hugo Chávez un liderazgo alternativo en desarrollo. El militar venezolano no tenía aún la estatura requerida. No tenía la visión que posee en estos momentos, porque él ha sido un músculo que se ha ido perfeccionando a través del tiempo. Pero el Presidente cubano se dio cuenta de quién era y sobre todo, adónde podía llegar. Es decir, no lo subestimó.

¿Cuándo la designan para atender solo el «caso Chávez»?

En 1996.

¿Por qué?

Porque se produjo un proceso de ajuste contra Caldera. El Movimiento Bolivariano como concepto, como ideología, estaba tomando fuerza dentro de toda la trama social. En ese año ya se conocía la intención de presentarse a las elecciones, después de un período en que había llamado a la abstención. Aunque era invisible esa fuerza a nivel de los medios, se sentía en la calle, estaba allí. El proceso de desgaste al que apostó la oligarquía no se había producido, sino todo lo contrario. Chávez seguía diciendo cosas que a la gente le seguían importando. En ese momento la clase media de este país estaba muy cerca de él y veía en su liderazgo la esperanza de un cambio político. Las encuestas indicaban la tendencia nacional hacia un gobierno de fuerte base popular, y él encarnaba en ese momento esa fuerza.

Por otro lado, él no se había dedicado a teorizar sobre el futuro programa de gobierno, ni a asistir a tertulias intelectuales en Caracas. Estaba fuera de Caracas, que no era territorio frecuente de los políticos, reunido lo mismo en grandes plazas que con dos o tres personas, explicando qué significaba la Constituyente y viviendo lo que él llamaba «el huracán revolucionario».

Eso empezó seriamente a preocupar. Por eso me dieron la tarea de que me ocupara, exclusivamente, de él, y a partir de ahí, comenzaron a entregarme todo cuanto podían para que yo lo evaluara.

¿Grabaciones, informes…?

Trabajos de inteligencia. Me decían: «Esto es del Comandante Chávez en Chuluaca». Yo lo oía y de ahí sacaba mi informe.

¿Cuántas personas llevaban en su área el caso Chávez?

Como analistas, éramos dos. La que era mi jefa, que sí manejaba todo lo inimaginable y yo, que me encargaba de la parte política más abierta.

¿Tenía alguna idea de cuánta gente había infiltrado la DISIP cerca del Comandante?

No sé exactamente la cantidad, pero sí había mucha gente en eso. Incluso me propusieron que yo me asimilara.

¿Qué quiere decir?

Que me debía incorporar a la Fuerza Armada, para luego infiltrarme a través de los militares leales. Hice el proceso de asimilación a la FAN, pero cuando llegué a determinada prueba, falseé los exámenes psicológicos. Eso ocurrió en marzo de 1996. No me podía negar a un trabajo abiertamente, porque podían tomar represalias en mi contra. Lo digo responsablemente: falseé mi prueba psicológica.

Díganos con sinceridad, ¿llegó usted a identificarse con Chávez y su Movimiento?

Te repito, lo que hemos analizado no tiene nada que ver con el elemento subjetivo. Veámoslo desde otro ángulo: pude analizar este proceso sin prejuicios, porque procedo de una familia muy humilde. Logré estudiar gracias al esfuerzo de mi papá y mamá, un obrero y una secretaria. Ellos me incentivaron siempre a tratar de que fuera mejor persona en la vida, a que estudiara y me esforzara. Sin dudas, mi origen me permitió valorar la propuesta de Chávez. Sabía perfectamente que lo que él decía era cierto: si Venezuela seguía por el camino que llevaba, iba a estallar. No se sostenía con una estructura social que parece una copa de champaña invertida, con unos pocos arriba y millones abajo. Todos mis conocidos vivían en la parte de la sociedad más maltratada y despreciada, que era la aliada de Chávez. Conocía de cerca esa realidad. No me obcecaba con mi trabajo. No tomé el asunto como algo personal. Él no era un amigo, pero tampoco un enemigo a muerte. Traté de buscar explicaciones a lo que estaba ocurriendo y de dónde salía este hombre. Me interesó el hombre. Y cuando yo comencé a apreciar que él estaba diciendo cosas razonables, me dije: bueno, si esto lo está sintiendo y lo está viendo mucha gente, va a tener que suceder un milagro en este país para ganarle en las elecciones.

¿Alertó que iba a ganar?

Sí. Chávez había capitalizado la esperanza de millones de venezolanos que estaban hartos de la corrupción, de la impunidad, de la falsedad de los políticos, de las enormes diferencias sociales, de ese proceso degenerativo de las instituciones.

—b>¿Qué sintió usted cuando Chávez ganó las elecciones?

Era una película que yo estaba viendo desde mucho antes. Fue como si me sentara en un cine a seguir una historia conocida. Vi situaciones, personas que me eran muy familiares. De todos modos la sensación era extraña. Sabía que iba a ganar. No fue una sorpresa, pero verlo allí también me provocaba cierto asombro.

¿Dónde estaba cuando dieron la noticia oficial?

Me habían enviado a trabajar en una mesa electoral –por supuesto de manera encubierta–, y allí ganó Chávez con amplia ventaja. Poco después dieron la noticia oficial. Me dije –y confieso que con agrado, como quien saca una buena nota en un examen–: bueno, no me equivoqué.

¿Qué reacción hubo en la DISIP con la victoria de Chávez?

Una gran incertidumbre. ¿Qué iba a pasar con nosotros? ¿A dónde iríamos? Muchos de mis compañeros se sintieron angustiados: unos con culpa y otros sin ella, pero cundió el desasosiego.

¿Tuvo contacto en esos días con los servicios norteamericanos?

Nosotros nos reuníamos con ellos al menos una vez al año. En marzo de 1998 vinieron dos analistas de la CIA, y yo les hice una presentación sobre Chávez, como otras veces. Pero en esta ocasión ellos estaban mucho más interesados y preocupados.

¿Sintió alguna presión por parte de ellos?

No. Ellos trataban más bien de ganar nuestra confianza. De hecho el 4 de febrero, durante el golpe, quien me llamó para que me presentara a mi curso de la embajada de EE.UU. y a mi trabajo regular en la DISIP, fue un oficial norteamericano. Me dijo que no me preocupara, que todo estaba bajo control. Cuando me incorporé al curso, uno de ellos, de origen mexicano, me preguntó: ¿Qué percepción tienen ustedes de lo que acaba de pasar?». Fue en un ambiente casi de camaradería, como dos compañeros de trabajo que conversan sobre una preocupación común.

¿Le pedían que identificara alguna debilidad en Chávez?

Sí. >/i>

or ejemplo…

La que se pudiera, lo que se pudiera, y en este tipo de análisis no participaba yo sola, sino varias personas que por una razón o por otra tenían que ver con él o con su entorno. Ellos nos convocaban para hacer lo que llamamos una tormenta de habilidad y responder a la pregunta «qué ves tú».

Cuando dice ellos, ¿quiénes son, los norteamericanos?

No, mis jefes. Los contactos que había con esa gente eran muy puntuales. Al menos conmigo. Cuando ellos venían, lo sabíamos con tiempo y nos preparábamos. Nos reuníamos todos los que estábamos trabajando en conjunto –porque la compartimentación funcionaba, cada quien en su parte–, y cuando estábamos todos juntos frente a los norteamericanos, ahí era donde yo podía calibrar qué era lo que estaba haciendo cada quién. Era una obsesión para ellos lo que también nos inquietaba a nosotros: ¿quién era el personaje? Porque si en tanto tiempo él seguía siendo una novedad y el pueblo lo apoyaba más y más, cuál era entonces el misterio de Hugo Chávez. Todos querían saber dónde él tenía guardada la varita mágica.

¿Qué debilidades identificaron en aquellas tormentas?

¿Sabe una cosa?: ninguna. Él era y sigue siendo un hombre y su circunstancia. Si se revisa lo que él dijo al salir de la cárcel descubrirá que es lo mismo que está diciendo ahorita, solamente que en aquel tiempo él las enfocaba a veces con un dejo de ingenuidad. A medida que él fue interrelacionándose con el pueblo y adquiriendo mayor experiencia política, se podía apreciar que a lo dicho al principio le había agregado una metodología para alcanzarlo. Su discurso era extraordinariamente coherente.

Por ejemplo, si usted lee Habla el Comandante, un libro que recoge una larga entrevista que comenzó en 1995 y terminó poco antes de las elecciones, y en la que Chávez presenta toda su estrategia y cuenta su historia personal, encontrará que es el mismo Chávez de ahorita. Él no engañó jamás a nadie. Decía lo que iba a hacer de manera transparente. Fue el gobierno de Caldera y mis superiores los que se negaron a ver la realidad y reaccionaron cuando ya no podían hacer nada.

Ahora, entre nosotros, díganos al menos un defecto del Comandante Chávez.

—Mire, no conozco su vida personal. Lo evalúo con la frialdad del analista que trata de apreciar su acción en su contexto histórico. Desde ese punto de vista, Chávez es invulnerable. No tiene talón de Aquiles, no lo tiene, porque él ha sabido despersonalizarse del proceso, al contrario de lo que dicen sus enemigos, que lo llaman despectivamente «máximo líder», «dictador» y otras cosas. No. Por primera vez en la historia de Venezuela, se ha logrado convertir a todos los ciudadanos en parte de un proceso, incluyendo a la oposición, que tiene un espacio y un protagonismo nunca visto en este país. Chávez fue la oposición en Venezuela y los medios de prensa, la DISIP y todas las instituciones gubernamentales lo perseguían, lo calumniaban o lo excluían, en el mejor de los casos.

Toma cualquier discurso de Chávez. Jamás encontrarás una imposición, una postura piramidal. Su propuesta es lineal: tú, nosotros, todos. Al acercársele de esa manera, usted se siente incluido, particularmente si le habla de sus problemas esenciales. Eso es lo que lo hace diferente. Hay un líder real, que no es un jefe, sino alguien que en 12 años de trabajo público ha logrado motivar y captar a millones de personas.

Cuando triunfa Chávez, ¿tuvo algún problema? ¿La sacaron de su trabajo?

No, en lo absoluto. Quien no la debe, no la teme. Cuando llegó la nueva administración, seguí trabajando aquí. Yo soy una analista, una profesional que en ningún momento participó en actividades irregulares.

¿Y siguió analizando a Chávez?

No. Comencé a trabajar en la oficina de Análisis Interior.

¿La colaboración con los servicios norteamericanos siguieron después del triunfo de Chávez?

No, bajaron notablemente. Por lo menos yo no llegué a tener contactos con ellos después de 1999.

Pero los servicios norteamericanos estuvieron profundamente comprometidos con el golpe de Abril de 2002. Eso llegó a trascender públicamente y todavía siguen apareciendo evidencias…

Así es. Pero yo solo le respondo por mi experiencia personal.

Una última pregunta, para satisfacer una curiosidad: usted que siguió tan de cerca a Chávez, que sabía perfectamente cómo era la relación de él con la mayoría de los venezolanos, ¿era posible predecir la reacción del pueblo, que lo devolvió a Miraflores unas horas después del golpe de Estado?

No, admito que falló la analista. Y, mire, eso me conmovió muchísimo. Nunca había vivido una experiencia similar y creo que jamás la volveré a vivir. Mi casa está en un barrio humilde. Vi cómo salieron miles de personas a la calle, cómo se organizaron espontáneamente, con qué decisión se fueron a buscar al Comandante Chávez a Tiuna y a Miraflores y permanecieron horas y horas allí, resueltos a enfrentar lo que fuera por un hombre, por su Presidente. No sé si me entienden… yo no podía prever en mis fríos análisis que aquel respeto, aquella consideración, aquel afecto por la gente que se notaba en tantos y tantos discursos y reuniones de Chávez que yo había estudiado, el pueblo lo iba a retribuir de esa manera. Lo confieso: cuando vi por la televisión la llegada de Chávez a Miraflores, me emocioné hasta las lágrimas. Ahí sí se derrumbó la analista.

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