Cile: la testimonianza di un prigioniero politico della democrazia cilena
Desde una lejanía tan cercana...
Mi nombre es Julio Peña Parada. Nací en el año 1964. Soy el segundo de 4 hermanos. Mi padre es el “clásico” proletario multi-oficio, a quién nunca le han gustado los patrones y se define a sí mismo como su propio jefe. Mi madre es la típica sobreviviente a cuanto obstáculo le pongan por delante. Siempre con su sonrisa amable, siempre intentando poner su parte en el PIH (Producto Interno Hogareño).
El año 1970 sólo con nuestra madre nos fuimos a ser parte de esa aventura llamada Población La Bandera. Días después, de regreso de unos de esos trabajos que lo alejaba en el tiempo y la distancia, llegó mi padre y se sumó a la aventura de la “casa propia”, junto con procurarnos el pan nuestro de cada día. Para mis padres todos los hijos eran sus hijos, así es como unos como tantos otros, intentaros resolver con la autogestión las necesidades de salud, educación y todo lo que hiciera falta en su empeño de construir futuro. En eso estábamos cuando vino el 11 de Septiembre, con ese golpe de estado que nos trajo el silencio, el miedo y la muerte.
Mi reencuentro con “lo social” fue por el año 1979, en un grupo de Iglesia. En estos años la Capilla Cristiana del 4º Sector de La Bandera me vio participando en el Moani (Monitor de Animaciones de Niños) y en la JOC (Juventud Obrera Católica). Luego formaría parte de la Comunidad Cristiana “Ita y Carla” con este nombre recordábamos a las dos religiosas muertas en El Salvador. En esta comunidad realizamos talleres de teatro, periodismo y folcklore. Ahí los trabajos de “servicio comunitario” y asistencialismo rápidamente se encaminaron a la reivindicación y la denuncia.
A fines de 1981 fui invitado a militar en el MIR, a nivel local en acciones de resistencia y cooptado a nivel central para trabajos de propaganda. Ya la muerte de las religiosas en El Salvador habían ido despertando la conciencia, pero dos hechos más marcarían profundamente mi opción política: El 22 de Julio de 1982 fue la Toma del 4º Sector de “La Bandera” y la muerte de Arnulfo Romero en “El Salvador”. Con la militancia comenzó el tiempo de defenderse y de pasar a la ofensiva. Vino el tiempo de gritar: ¡ no hay pan, no hay casa….que chucha es lo que pasa!. vino el tiempo de salir a las escaramuzas por “ el Pan, Trabajo, Justicia y Libertad !.
Entre 1982 y 1983 las ollas comunes de “La Bandera”, entre otras la del 4º Sector fueron el lugar donde muchos meses se alimentó mi familia, yo y otros tantos. Estos también son mis últimos años de Enseñanza Media en el Liceo Lastarria donde, junto a otros estudiantes participo en la Primera Toma de la Técnica de Mujeres de Recoleta, frente al Valentín Letelier.
Fui haciendo el Partido en las calles, entregando las 25 horas del día, allí se fue haciendo presencia del MIR. Los rayados, las emisiones de la Radio Liberación, los panfletos, los cortes de luz, toda muestra de inconformidad con la Dictaduea era marcada por la acción directa. Los de mi generación tuvimos la escuela en la calle, las protestas, las necesidades, la miseria, ahí hicimos la propaganda, los grupos de salud, la educación popular, la pelea callejera. Yo era la calle, la gente, los otros. Paralelamente iba haciendo lo propio en el proceso de discusión y así pasa la crisis interna, pero la lucha continuaba; continuaba porque continuaba la miseria, porque continuaba la injusticia, porque la vida continuaba.
En el contexto de la Toma del 4º Sector, de la militancia estudiantil, de comer en la olla común, me fui construyendo como militante social y político...con quienes lucharon en las calles al calor de “el pueblo unido”, junto conmigo se fueron forjando los futuros luchadores sociales.
La década de los ochenta se convirtió en tiempo de lucha en todas sus formas; lucha que estuvo matizada por el amor, los lutos tempranos y la vida laboral de trabajador no calificado.
En medio de ese torbellino la vida me trajo dos regalos: Tamara, nacida en 1986 y Daniela nacida en 1988. A la militancia de las utopías le agregué la militancia de ser padre y dueño de casa como tantos otros.
Ese fue un tiempo potente y luminoso, intenso y muy vital, que comenzó a concluir cuando vinieron las derrotas tácticas y estratégicas…. Las políticas, las militares y hasta las de los afectos.
Los años noventa vinieron con la democracia, que ciertamente venía rellena de: “pan, trabajo, justicia y libertad”. A cambio nos trajo un arco iris de impunidad, de olvido, de justicia en medida de lo posible, de neoliberalismo y de precarización del empleo. La luchar social se limitó al objetivo parcial de votar a Pinochet, mi apuesta, junto con la de otros era por la totalidad. Esto implicó continuar luchando pues la justicia “en la medida de lo posible” no nos servía.
El 29 de Noviembre de 1993 se inició el periplo más oscuro de mi existencia y que duró 14 meses. Mi detención significó 6 balas en el cuerpo y la muerte de quien conducía el vehículo en que viajábamos (José Aguilera Suazo). Los 7 hospitales distintos por los que pasé fueron mi domicilio ; allí estuve conectado a respirador mecánico; viví 3 estados de coma; 1 paro cardiorrespiratorio; 8 cirugías mayores; 6 cirugías menores; alimentación por sonda (cateter central). Como consecuencia de todo esto el intestino delgado quedó reducido a 2 metros, lo que requiere de una dieta hipercalórica permenente; una fibrosis a nivel de la creta iliaca derecha; secuelas menores a nivel del hígado, del colón, del aparato digestivo en general; además de 14 esquirlas repartidas desde el tórax al bajo vientre.
El 31 de Enero de 1995 fui dado de alta y trasladado a la Cárcel de Alta Seguridad (CAS) donde me he dedicado estos años a incursionar en la pintura y a trabajar en joyería, lo que me ha permitido autoabastecerme y resolver algunas necesidades de mis hijas. Paralelamente he tomado cuanta oportunidad de estudiar se me ha presentado; principalmente a través del convenio que se hizo entre la Universidad Arcis y la Academia de Humanismo Cristiano con Gendarmería, como resultado de esto sólo me restan algunos ramos técnicos, trabajo de tesis y práctica profesional para titularme de sociólogo.
Estos 11 años de prisión política que llevo, por lo menos en mi caso, a ratos se explican difíciles y a ratos incluso, “torturantes” y si bien, mi convicción de querer participar activamente en la construcción de un mejor país, un mejor lugar para todos; asumo que los tiempos han cambiado, las condiciones y los contextos; por lo tanto lo apropiado es ajustarse a las nuevas condiciones, con nuevas herramientas y métodos adecuados, que nos permitan mantener el rumbo hacia la justicia y la libertad.
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